
Nápoles
Capital de la región Campania posee más de un millón de habitantes siendo la tercera ciudad más grande de Italia. Linda con el Golfo de Nápoles y como vistas tiene el colosal volcan Vesubio.
Nápoles hay que vivirla: hay que estar dentro de ella para saber cómo es: vivaz, desorganizada, con imagen caótica, pero dentro de ese caos mantiene un cierto orden, ya que sus propios habitantes se crean sus propias reglas: sólo hay que conducir por las calles de Nápoles para comprender lo que digo...aunque al principio te crea confusión, poco a poco te habitúas.
Nápoles tiene una clima mediterráneo. Los inviernos son suaves y los veranos calurosos. Los meses más calurosos son julio y agosto. Temperaturas medias de invierno van de los 10º a 20º C y en verano de 25º a 38º C.
A la sombra del Vesubio el turismo tiene raíces antiguas: tras las huellas de los colonos griegos, aristocráticos refinados y emperadores romanos construyeron villas suntuosas, y oasis de paz a lo largo todo el perímetro del Golfo. No es casualidad que la magia peculiar de esta civilización milenaria continúe a generar, al alba del tercer milenio, siempre nuevas ocasiones de maravilla: recuperación de ruinas monumentales y de tradiciones – folklore, gastronomía, cultivos genuinos – que se creían irremediablemente comprometidas, eventos y espectáculos dignos de los grandes circuitos internacionales, nueva linfa para la investigación artística y científica.

En Nápoles son innumerables los tesoros artísticos que se pueden visitar: el centro histórico, patrimonio mundial tutelado por la Unesco; los palacios, las iglesias, las catacumbas y los pasadizos subterráneos, el Museo Arqueológico; los lugares del poder medieval y renacentistas adensados alrededor de Castel Nuovo y el Palacio Real; el paseo marítimo inolvidable, desde Castel dell’Ovo a Posillipo. El área de las colinas del Vomero propone, en las sedes restauradas y aprestadas de manera ejemplar del Palacio Real de Capodimonte y de la Cartuja de San Martino, colecciones de museo entre las más importantes del mundo.
Un recorrido en la ciudad del siglo XX conduce, entre tantas emergencias urbanísticas y arquitectónicas dignas de mención, hasta las arquitecturas racionalistas de la Mostra d’Oltremare, con el parque y las estructuras deportivas y expositivas; a poca distancia, la Città della Scienza testimonia la recuperación de estructuras de arqueología industrial y la originalidad de una tradición científica que se renueva. Insólita y sorprendente, por último, la exploración de los nuevos lugares del arte contemporáneo: edificios monumentales como el PAN, Palazzo delle Arti Napoli, el Madre, Museo di Arte Contemporanea Donnaregina, un ejemplar único admirado en todo el mundo como las estaciones de arte del metro, ilustran tangiblemente los horizontes originales de una política cultural finalmente previsora.

Nápoles, en definitiva, permanece hasta el final, a pesar de las dificultades y las contradicciones comunes a todas las grandes metrópolis, una realidad fuera de lo común, para vivirla, admirarla, degustarla, con todos los sentidos: por la trascendencia del arte y de la cultura que ha marcado indeleblemente su historia; por el clima templado, que acompaña día y noche espectáculos, festivales teatrales, musicales, muestras, ferias, manifestaciones religiosas; por las oportunidades “golosas”, a la descubierta de una tradición gastronómica plurisecular, de los sabores de mar y de sus productos “típicos” únicos (mozzarella de búfala, la pizza, los vinos Docg, una pastelería refinada y variada) en todas las variaciones sabias de los numerosos locales históricos o de los talleres artesanales más inesperados y escondidos.
La máscara de Pulcinella: La típica máscara napolitana habría sido inventada en el 1656 por Andrea Calcese alias Ciuccio. El nombre debería derivar de la voz bajo-latina Pullicenus (“polluelo”).
Pulcinella es la expresión del “pobre”, de quien es “maltratado” y tiene un hambre atávica e insaciable. Parece ingenuo, inexperto, un poco “tonto” pero en realidad es un hombre de mil recursos: con la simpatía logra arreglárselas incluso en las situaciones más difíciles. El filósofo Benedetto Croce lo definió como el “retrato, la caricatura o el ideal del napolitano”.